Por: Tania Medina S.
¿Cuánto tiempo llevo sintiéndome culpable por tener mi cuerpo?
No lo recuerdo exactamente, pero son años y años.
Por la atrocidad de tener caderas grandes, por atreverme a tener curvas (aún intentando ocultarlas), por el gran pecado de tener muslos. Por no ser como mi Barbie, por no ver cuerpos así en las revistas de moda, en la alfombra roja, en las películas de princesas.
¿Cuánto tiempo he mantenido una relación de amor-odio con mi cuerpo?
Más del que debería. Culpándole por las miradas (y las manos) lascivas, por las etiquetas sobre mi persona tan fácilmente generadas con base en mi aspecto, por no ser vista como tierna o inocente (incluso cuando aún lo era).
Tanto tiempo manteniendo una relación conflictiva con el espejo, con la comida, con los hombres... pero sobre todo conmigo misma y con la gran parte de mí que es este cuerpo que me tocó tener.
Muy duro ha sido convencerme de que no tengo la culpa de los viejos verdes, los curas pedófilos y las manzanas podridas de la familia. Darme cuenta que yo no soy tentadora, sino que ellos son enfermos. Descubrir que yo no lo provoco, y por ende no tengo que aguantarlo.
Y es extremadamente liberador quitar de mis hombros el peso de una culpa que nunca debí cargar yo. O mi cuerpo.
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