Por: Tania Medina S.
Colombia tiene más de 50 millones de habitantes, de los cuales, según la UNICEF, 31% son niños, niñas y adolescentes. A pesar de eso, el presupuesto general para educación disminuyó de 16,5% en 2019 a 14,1% en 2022, siendo sólo un 11% de este monto destinado a la inversión; es decir, a mejorar la calidad y aumentar el acceso al sistema educativo. Acorde con el DANE, en 2020 el número de alumnos matriculados disminuyó un 1,5% frente al año anterior, siendo la básica primaria la más afectada. El Banco de Desarrollo de América Latina también encontró que la alta provisionalidad docente no sólo afecta la seguridad laboral de este gremio, sino que repercute negativamente en la cantidad de años y el desempeño estudiantil, especialmente en alumnos provenientes de hogares vulnerables. Arriesgar el acceso y la calidad de la educación que reciben los menores resulta en incrementos de la brecha económica. Y, se podría incluso decir que no sólo es un riesgo previsto, sino un efecto esperado que contribuye a la meta general de tener personas menos educadas, y por ende menos pensadores críticos “al debilitar el aprendizaje con programas insostenibles y crear caos académico en el proceso” (David, 2018).
¿Pero qué es la educación sino una inversión? Es cuestión de esforzarse un poco y mandar a los pequeños a un colegio privado ¿no?, pues eso piensan muchos padres y madres, que con tal de que sus hijos tengan éxito en la vida, o por lo menos resulten sabiendo matemáticas básicas, los inscriben en los más costosos y prestigiosos colegios que presumen de sus altos resultados en las pruebas estandarizadas. Pero la estrategia de muchos de estos colegios para tener esos resultados no es apoyar a sus estudiantes a superar sus flaquezas, sino sobre-exigirles, o rinden o están fuera de esta aclamada institución, resultando en sobre-costos de clases privadas y tutorías, pero aún más importante, generando estrés, el síndrome de agotamiento (burnout) escolar –en 2021, 70% de los estudiantes de bachillerato y universidad encuestados en el país indicaron tener este desgaste emocional-, llegando incluso a provocarles ansiedad y depresión: en Colombia, 2 de cada 100 niños menores de 12 años sufren de depresión y 5 de cada 100 adolescentes. El estudiante trabaja para el colegio, para encajar en él y cumplir con sus exigencias, cuando debería ser al contrario. ¿Queremos niños con crisis nerviosas?, si la educación sigue por este camino, estará produciendo personas ‘rotas’ para un sistema ‘roto’.
Como la esposa del reverendo Alegría en los Simpsons, hago el llamado: ¿Alguien quiere pensar en los niños?
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