miércoles, 12 de diciembre de 2012

Primer contacto con el arte: extraordinario y decisivo.

“Quiero volver a venir y conocer otros museos” dijo Treicy Nicolle Montero  cuando salió del XIII Salón Regional de artistas zona Sur, que se lleva a cabo en el Museo de Arte Contemporáneo del Huila y el cual es fruto de la iniciativa y el esfuerzo  de Iván Otalora Carrillo y Rocío Polanía Farfán, ésta última, docente de la Universidad Surcolombiana.
Todo empezó cuando Nicolle, de 6 añitos,  y su hermana, Shery Yessenia, de 7, oriundas de Palermo pidieron a su tía, Irma Sánchez, la dueña de la casa donde moran su madre y ellas desde el 2008, que las llevara al Centro de Convenciones a ver la exposición de arte.
El jueves 25 de febrero, cuando llegaron del colegio a las doce del día, Treicy y Shery, muy emocionadas, se arreglaron, pidieron a su mamá que les arreglara el cabello para verse ‘bonitas’ y ansiosas esperaron la llegada de su tía, quien les había prometido llevarlas; la cual, sólo llego hasta la una de la tarde y a la que pacientemente debieron aguardar mientras almorzaba y descansaba un poco, finalmente, a las dos de la tarde cogieron camino mientras Irma les preguntaba qué significado tenía para ellas la palabra moderno, Nicolle dijo: “son obras bonitas” y su tía le explicó que el término ‘contemporáneo’ se refiere a algo de la época, y no se relaciona con si es atractivo o no, en sus palabras: “son obras nuevas hechas por gente joven”.
A su llegada al centro de convenciones, las sorprendieron las representaciones de unos perros que hacían ruidos, según ellas, extraños, Treicy quiso acariciarlos, pues, a pesar de su aspecto (costillas salidas, parlantes en los costados y delgadez extrema) pensó que eran reales; cuando iba hacia ellos, apareció una joven quien les dijo a las niñas que sólo eran unas figuras, parte de una instalación llamada “PERRO-IDOS”, la chica les pidió que escribieran sus nombres en el ‘libro de asistencia’ y luego pasaran a dejar sus maletas en el  locker, Nicolle y Yessenia disfrutaron abriendo y cerrando casilleros hasta que decidieron en cuál dejar sus pertenencias; inmediatamente, empezaron su recorrido por el museo, deteniéndose en obras, ya fuera por considerarlas  extrañas, como sucedió con “EQUIPO DE PROTECCIÓN”, pues no podían relacionar el casco de su padre, un  obrero de construcción, para desempeñar su labor en la capital marmolera de Colombia con una corona indígena con plumas de loros y guacamayas, “ANDES”, porque esa montaña y esa chiva hechas con lápices les parecían figuras novedosas pues no empleaban estos utensilios escolares en uno de sus usos cotidianos; y en obras, para ellas, bonitas como “SUSHI”, en la que atraídas por el color rojo de las batas de seda sobre una mesa, se sentaron a ver el video del ‘performance’ y “UMBRALES”, cuyas figuras les resultaban cautivadores y cuyos círculos trazados con piedras examinaron detalladamente hasta descubrir los rostros tallados en las rocas.
De la obra “16.357 PESOS”, ellas se apropiaron a su manera, interactuando con sus elementos, jugando con las tablillas pequeñas, haciendo figuras, mirando y comparando los billetes y monedas que conocían con aquellos tanto de otras épocas como de otros países, mostrando predilección por billetes como el de aquella indígena Emberá, de rostro serio en cuyo reverso se veían todo tipo de aves: flamencos rosados, una guacamaya azul de pecho amarillo, aves exóticas como el turpial lagunero con sus alas negras y su cuerpo de color amarillo intenso y la garza amazónica de un rojo brillante con su peculiar pico largo e inclinado, el petirrojo alzando su alas e hinchando su pecho, un tucán negro como el carbón con su rostro amarillo y su pico multicolor, una guacamaya roja de alas verdes e incluso, el cóndor andino, símbolo patrio; éstas fueron las imágenes que atrajeron a las niñas del billete reemplazado hace aproximadamente 16 años por el de ‘la pola’.  
Pero lo mejor del recorrido, fue cuando llegaron a la última sala, un poco escondida,  y vieron la obra ECOS DE LA MEMORIA, una instalación que constaba de cuatro figuras giratorias con siluetas de animales  por las cuales se escapaba  la luz del bombillo situado en el interior de  cada uno de estos rectángulos color ladrillo, pues ellas, apenas las vieron, supieron que hacer; cerraron la puerta de entrada, apagaron todas las luces e hicieron girar las figuras para proyectar animales de luz: caballos, gallinas, vacas, perros, gatos y conejos desplazándose por el techo y las paredes, girando, fundiéndose entre sí, creciendo o desapareciendo durante unos 15 minutos que transcurrieron veloces como segundos.

 
Cuando decidieron salir, bajaron desde el cuarto piso en el que se encontraban las últimas salas de la exposición, recorriendo, observando y examinando de nuevo todo, pero de una manera más rápida. Al salir del Centro de Convenciones se encontraron con su tía quien las invitó a comer los raspados de don José, personaje al cual Nicolle llama ‘el raspadero’ o el ‘raspahielero’, él les dio sus copos de nieve; los de las chiquillas, de 500 pesos, pequeños pero con mucha leche condensada por petición de ellas y el de Irma, de 1000, un poco más grande, con más leche condensada y esencias.  Mientras saboreaban el raspado; un producto tan apetecido en nuestro terruño, tanto por sus alegres y brillantes colores, como en respuesta al clima, caliente y sofocante, característico de la capital huilense; las pequeñas contaban a su tía la experiencia. Quien más disfruto la visita al museo fue Treicy, la más pequeña, la cual no dejaba de hablar de todo lo visto, oído, tocado y hecho. Incluso comentó: “Vi un museo en el segundo piso y quiero ir”, pero su tía le dijo que sólo faltaban 15 minutos para las 5, lastimosamente, era tarde y debían ir a casa. El señor de los raspados, antes de despedirse, preguntó a Nicolle si quería asistir de nuevo a la exposición y ella dijo “quiero volver a venir y también conocer otros museos”.
Como expresa el Nobel de Literatura, Naguib Mahfuz: “El arte debe ser gusto, diversión y alucinación”. Las palermunas se gozaron su visita a la exhibición, quizá rompiendo algunas normas del museo, pero divirtiéndose, viendo la muestra desde sus pequeños e inocentes ojos y gracias al XIII Salón Regional de Artistas zona Sur, el arte ha ganado una nueva adepta, Treicy Nicolle Montero, en cuya memoria revivirán los gratos momentos vividos durante su primer acercamiento al arte, ese 25 de febrero del 2010, en el Museo de Arte Contemporáneo y cuando recuerde que confundía figuras hechas de metal con perros de verdad y consideraba el traje indígena hecho por el colectivo Tejedoras de Sibumdoy un artículo usado por extranjeros.

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