domingo, 31 de julio de 2022

Sobre la educación

 Por: Tania Medina S. 


Colombia tiene más de 50 millones de habitantes, de los cuales, según la UNICEF, 31% son niños, niñas y adolescentes. A pesar de eso, el presupuesto general para educación disminuyó de 16,5% en 2019 a 14,1% en 2022, siendo sólo un 11% de este monto destinado a la inversión; es decir, a mejorar la calidad y aumentar el acceso al sistema educativo. Acorde con el DANE, en 2020 el número de alumnos matriculados disminuyó un 1,5% frente al año anterior, siendo la básica primaria la más afectada. El Banco de Desarrollo de América Latina también encontró que la alta provisionalidad docente no sólo afecta la seguridad laboral de este gremio, sino que repercute negativamente en la cantidad de años y el desempeño estudiantil, especialmente en alumnos provenientes de hogares vulnerables. Arriesgar el acceso y la calidad de la educación que reciben los menores resulta en incrementos de la brecha económica. Y, se podría incluso decir que no sólo es un riesgo previsto, sino un efecto esperado que contribuye a la meta general de tener personas menos educadas, y por ende menos pensadores críticos “al debilitar el aprendizaje con programas insostenibles y crear caos académico en el proceso” (David, 2018).
¿Pero qué es la educación sino una inversión? Es cuestión de esforzarse un poco y mandar a los pequeños a un colegio privado ¿no?, pues eso piensan muchos padres y madres, que con tal de que sus hijos tengan éxito en la vida, o por lo menos resulten sabiendo matemáticas básicas, los inscriben en los más costosos y prestigiosos colegios que presumen de sus altos resultados en las pruebas estandarizadas. Pero la estrategia de muchos de estos colegios para tener esos resultados no es apoyar a sus estudiantes a superar sus flaquezas, sino sobre-exigirles, o rinden o están fuera de esta aclamada institución, resultando en sobre-costos de clases privadas y tutorías, pero aún más importante, generando estrés, el síndrome de agotamiento (burnout) escolar –en 2021, 70% de los estudiantes de bachillerato y universidad encuestados en el país indicaron tener este desgaste emocional-, llegando incluso a provocarles ansiedad y depresión: en Colombia, 2 de cada 100 niños menores de 12 años sufren de depresión y 5 de cada 100 adolescentes. El estudiante trabaja para el colegio, para encajar en él y cumplir con sus exigencias, cuando debería ser al contrario. ¿Queremos niños con crisis nerviosas?, si la educación sigue por este camino, estará produciendo personas ‘rotas’ para un sistema ‘roto’.
Como la esposa del reverendo Alegría en los Simpsons, hago el llamado: ¿Alguien quiere pensar en los niños?

No es su culpa. Nunca lo fue.

Por: Tania Medina S.
¿Cuánto tiempo llevo sintiéndome culpable por tener mi cuerpo?
No lo recuerdo exactamente, pero son años y años.
Por la atrocidad de tener caderas grandes, por atreverme a tener curvas (aún intentando ocultarlas), por el gran pecado de tener muslos. Por no ser como mi Barbie, por no ver cuerpos así en las revistas de moda, en la alfombra roja, en las películas de princesas.
¿Cuánto tiempo he mantenido una relación de amor-odio con mi cuerpo?
Más del que debería. Culpándole por las miradas (y las manos) lascivas, por las etiquetas sobre mi persona tan fácilmente generadas con base en mi aspecto, por no ser vista como tierna o inocente (incluso cuando aún lo era).
Tanto tiempo manteniendo una relación conflictiva con el espejo, con la comida, con los hombres... pero sobre todo conmigo misma y con la gran parte de mí que es este cuerpo que me tocó tener.
Muy duro ha sido convencerme de que no tengo la culpa de los viejos verdes, los curas pedófilos y las manzanas podridas de la familia. Darme cuenta que yo no soy tentadora, sino que ellos son enfermos. Descubrir que yo no lo provoco, y por ende no tengo que aguantarlo.
Y es extremadamente liberador quitar de mis hombros el peso de una culpa que nunca debí cargar yo. O mi cuerpo.