- Distinga
entre premisas y conclusión:
Primero, hay que saber qué se trata de
probar, cuál es la conclusión (la conclusión es la afirmación a favor de la cual da razones). Las razones
son llamadas premisas. Pueden ser explícitas o implícitas, es decir pueden mencionarse o pueden ser hechos generales que
presumimos se conocen. La conclusión se debe exponer con claridad.
- Presente sus ideas en un orden natural:
Conclusión seguida de razones o premisas que lleven a la
conclusión, puede elegir el orden que quiera. Lo importante es que la línea de pensamiento se vea natural, es
decir que cada afirmación conduzca naturalmente a la siguiente, sin causar
confusión.
-Parta
de premisas fiables:
Con premisas débiles la conclusión será
débil. Si encuentra que no puede respaldar las premisas que quería exponer, comience de otra manera buscando razones diferentes.
- Sea
concreto y conciso:
Evite términos generales, vagos y
abstractos. La elaboración densa y los textos sobrecargados hacen que el lector se pierda
en un mar de palabras y olvide el objetivo del escrito.
- Evite
un lenguaje emotivo:
Es fuerte la tentación, pero evite el
lenguaje cuya única función sea la de influir en las emociones, es decir, remítase a las pruebas e intente apelar con su discurso a la razón.
- Use
términos consistentes:
Los argumentos dependen de conexiones
claras entre premisas y conclusión. Hay que usar un único grupo de términos
para cada idea. Prestar atención cuando las frases tienen la forma Si X,
entonces Y.
- Use un único significado para cada término:
No caer en la ambigüedad y definir
cuidadosamente cualquier término clave que se introduzca ayudará a quien lo lee a tener más claridad.
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